sábado, 21 de diciembre de 2013

Diccionario español-chileno

La lengua española es tan rica que existen miles de sinónimos y de expresiones que no conocemos, y que son en definitiva los que marcan la diferencia entre los países de habla hispana.

La "chilenización" del español da lugar a peculiares vocablos que, poco a poco, tanto mi marido como yo hemos ido integrando en nuestro propio lenguaje. Aunque sigue habiendo palabras a las que nos cuesta acostumbrarnos.

Resulta sumamente enriquecedor, y también muy divertido, sacar este tema en reuniones de amigos donde confluyen varias nacionalidades: chilenos, españoles, mexicanos, paraguayos... Cada uno tenemos una manera distinta de expresar una misma idea. Las palabras que para nosotros los españoles pueden ser malsonantes, para los de otros países son habituales, y viceversa, lo que puede dar lugar a situaciones comprometidas y que provocan la risa.

Os invito a sumergirnos de lleno en un amplio universo de términos desconocidos. Espero que el lector no se pierda en el intento de asimilarlos todos.

Al primero que escuché hablar de los cabros fue al ya conocido padre Juan: "Hay que buscar la manera de volver a atraer a los cabros a la Iglesia". Esa palabra me pareció muy fea. Pero aquí no es malsonante en absoluto. Es la forma habitual de referirse a los adolescentes. "Los cabros sólo piensan en salir de carrete y pasarlo chancho" (Traducción: los jóvenes sólo piensan en salir de marcha y pasarlo en grande.) Aclarar que chancho es como llaman aquí al cerdo. 

Poco a poco he aprendido a prescindir, no sin alguna metedura de pata, de palabras como "cola" (aquí es mejor hacer fila pues la cola tiene connotaciones sexuales fáciles de deducir), o como "hueco" (mejor que me hagan un espacio, o un sitio). Al hablar de hueco, se refieren a un homosexual de una manera despectiva.

Atención, que viene la frase estrella: si te toca la lotería... ¡¡te has ganado la polla!! (Imaginaos mi cara la primera vez que escuché esto. Tuve que preguntar el significado porque ni siquiera alcancé a intuirlo.)



Los novios son pololos, una palabra que me parece divertida y tierna a la vez. Pololear también es un verbo. El noviazgo es el pololeo.

No se echa gasolina, sino bencina. Y si el auto (que no coche) se avería, se dice que está en pana (expresión claramente derivada del francés). En las ciudades chilenas en hora punta no hay atascos, hay tacos. Y en Chile no se dicen tacos ni palabrotas, sino garabatos.

Cuando la señora que nos arrienda la casa me dijo que estuviera atenta al cálefon por si había que llamar al gásfiter, a punto estuve de decirle que si me lo podía traducir al chino por si lo entendía mejor. Se refería al calentador del baño y al fontanero.

En una ocasión, el monitor del gimnasio donde voy nos dijo que "al día siguiente haríamos sandwich". Qué actividad más original para desarrollar en un gimnasio, pensé. Al preguntar si los íbamos a hacer allí o los llevábamos hechos de casa, me explicó, no sin antes reírse un buen rato a mi costa, que sandwich se le llama al día que queda entre un festivo y un fin de semana. En España, los "puentes".

Algo o alguien soso, aburrido o desagradable es fome. Es un adjetivo muy utilizado en Chile. La expresión "qué fome" es muy recurrente. Así como al tiro, para decir "ahora mismo", o "enseguida". "Voy al tiro."

Las camisetas son poleras. Y las sudaderas con capucha, polerones. Si vas bien arreglada, es fácil que te piropeen diciéndote que "estás regia" o que "vas muy pituca".

Dos palabras muy curiosas: cuando alguien está "curao" es que está borracho. Y donde la espalda pierde su casto nombre es, coloquialmente, el poto.

Por la calle, una señora con un cochecito de bebé le decía a otra: "A la guagüita le duele la guata." Se refería a su pequeño, al que por lo visto le dolía la barriga. Las guaguas son todos los bebés, independientemente del sexo. La guata es el estómago. Tras esto, es fácil deducir por qué a los "gorditos" les llaman guatones.

El tema de las comidas, llamadas también colaciones, es complicado. Nuestra comida de mediodía, en Chile es el almuerzo. Y nuestra cena, es la comida. Una vez invitamos a alguien a comer y se presentó a las 9 de la noche. Y, entre una y otra, ellos no meriendan, toman once. El once consiste principalmente en un té acompañado de bollos con mantequilla y mermelada, pastas, canapés, etc, y muchos chilenos lo toman como merienda-cena que diríamos en España.

Pero cuando realmente se me hace imprescindible mi diccionario español-chileno imaginario, es para ir al supermercado. Un ejemplo: hoy he comprado paltas, choclo y arvejas para hacer una ensalada. También porotos para un guiso, y de segundo trutros de pollo y zapallo italiano como guarnición. De postre duraznos y damascos, y frutilla para hacer un queque. El español que me haya entendido antes de la correspondiente traducción, que levante la mano. Las paltas son aguacates, el choclo, maíz y las arvejas guisantes. Los porotos son habichuelas. Los trutros, muslos. El zapallo italiano es calabacín. El postre lo conforman melocotones, albaricoques y un bizcocho de fresas. (Un menú contundente, sin duda, aunque ficticio. En realidad era la excusa para enumerar unos cuantos vocablos autóctonos.)

Diferentes términos, diferentes costumbres, diferentes culturas. Unidos en el mismo idioma español aunque con multitud de matices, que hacen único a cada país. Y bien orgullosos que debemos estar de ello. Espero haber arrancado alguna que otra sonrisa a quien haya leído este artículo. Sonrisas que sin duda, experimentan también los iberoamericanos que llegan a España y escuchan algunas de nuestras miles de castizas expresiones. Seguro que darían para un libro.



"Es preciso que los hispanohablantes de unos y otros países nos oigamos mutuamente hasta que el uso normal de cada país sea familiar para los otros. Acomodando a nuestra situación lingüística el dicho terenciano, debemos adoptar todos este lema: "Hablo español, y no considero ajena a mí ninguna modalidad de habla hispánica".

(Rafael Lapesa, "América y la unidad de la lengua española", en Revista de Occidente, mayo de 1996, y en El español moderno y contemporáneo, Crítica, Madrid, 1996.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario