lunes, 25 de noviembre de 2013

El "cura obrero"

No deja a nadie indiferente. Consigue, durante sus homilías, que muchos nos revolvamos incómodos en nuestros asientos, y es que con sus palabras pretende hacernos reaccionar y que salgamos de esa zona de confort donde a menudo nos instalamos los católicos.

Le llaman el "cura obrero".

El padre Juan, o el "curita" como a él le gusta que le digan, es una de esas personas que me han marcado desde que estoy aquí. El párroco de Caldera es uno de esos grandes maestros a los que ya me he referido, sin dar nombres, en anteriores artículos. Un sabio oculto en un hombre tremendamente sencillo y auténtico, que predica y practica, al estilo de Jesús, el amor a los pobres y la pobreza misma.

Muchas han sido las veces que mi marido y yo hemos sido invitados a la casa parroquial, para, con cualquier pretexto, festejar y compartir, dos de los verbos más utilizados por el curita. Es la casa del cura una vivienda sin comodidades, humilde y austera, pero ¡tan acogedora! El padre Juan acostumbra a decir en tono jocoso que todo el mundo es bien recibido allí, pero que hay que llamar a la puerta "con las rodillas puesto que las manos han de ir llenas" (gusta de hacer chistes de este tipo, que en la práctica se alejan totalmente de la realidad, pues nunca conocí a nadie más despreocupado por las cosas materiales).

Compartiendo una cena en la casa parroquial, con amigos de diferentes nacionalidades.
El padre Juan está sentado, con camiseta blanca.


Con nosotros ha hecho una labor preciosa de "acogida al extranjero" que siempre le agradeceremos. Al poco tiempo de llegar, durante la celebración de una misa y ante nuestro asombro, nos pidió que subiéramos al altar: "Un aplauso para nuestros hermanos españoles Pilar y Julio, recién llegados a estas tierras, para que nuestra calurosa acogida compense los momentos difíciles que están viviendo por encontrarse tan lejos de sus familias. Demostrémosles cuán hospitalarios somos los chilenos." A partir de ese momento, besos, abrazos, apretones de manos, "enhorabuena", "bienvenidos"... Y las amistades que empezaron a forjarse ese día perduran hoy y se han fortalecido con el paso de los meses.

En la capilla de Bahía Inglesa, merendando con los amigos de la comunidad
 tras la celebración de una misa.

Siempre dice lo que piensa. Otro de sus benditos defectos. Cuentan que hace un tiempo, una señora de buena posición fue a encargarle una misa por un familiar difunto. Observó el padre Juan que el donativo que ésta le entregó para tal fin era bastante escaso considerando sus posibilidades, por lo que le replicó sin ruborizarse: "Poco debías de quererlo." (Esta anécdota me pareció muy divertida. Espero que el protagonista de esta entrada no se ofenda al ver que la he compartido con los lectores).

Me permito citar algunas de sus reflexiones, que se han grabado en mi memoria por su simpleza y contundencia:

A veces los cristianos nos empeñamos en vivir de una manera plana. Pero la vida no es plana.

Pobres de vosotros, esposos, si mutuamente os decís: "Te quiero como el primer día". ¿Igual que el primer día? El verdadero amor crece con el paso del tiempo, por lo que tenéis que decir: "Te quiero mucho más que el primer día". 

Al inicio de esta aventura, todavía algo desorientada, constantemente le preguntaba a Dios por qué y para qué nos había mandado a este lugar tan lejos de casa. Con el correr de los días y de las experiencias, Dios me va dando las respuestas. Definitivamente, una de las razones por las que teníamos que venir al Desierto de Atacama era para conocer a este hombre. Un maestro y un amigo que siempre llevaremos en nuestros corazones.



"¿Qué más quieres cuando te portas bien con una persona? ¿No te basta con haber actuado según tu propia naturaleza, sino que persigues una recompensa? Es como si el ojo reclamara una compensación por ver o los pies por caminar." (Marco Aurelio)

lunes, 18 de noviembre de 2013

La importancia de las cosas

La gran pregunta es: ¿cuáles son las cosas importantes en nuestra vida, ésas de las que debemos rodearnos siempre y no prescindir nunca, las que nos ayudan a tener los pies en el suelo y tomar conciencia del mundo en que vivimos?

El consumismo nos aleja de las cosas importantes. Y lo he podido comprobar en primera persona. Cuando vivimos en una sociedad consumista, como era mi caso en España (aunque yo no era consciente de ello) nos creamos necesidades innecesarias. Somos incapaces de prescindir de muchas cosas prescindibles. Todo este mundo de banalidades va formando una gruesa capa que nos impide llegar a la esencia, a lo auténtico que hay en las cosas y sobre todo en las personas.

Esta reflexión viene al caso porque ahora he conocido un nuevo estilo de vida. En España me encantaba salir de tiendas, porque siempre "necesitaba" comprar algo. Aquí es muy diferente: en Bahía Inglesa apenas hay un par de tiendecitas de ultramarinos, muy básicas (mini-markets las llaman). En el pueblo, Caldera, el comercio se reduce, aparte de un gran supermercado y varios puestos callejeros, a unos pocos negocios que recuerdan a los de la España de los 70, donde en un mismo establecimiento podías comprar tanto unos vaqueros como un juego de sartenes o unas chanclas para la playa.



Aquí no hay centros comerciales. Pero hay un lindo paseo junto al mar que invita a la meditación, si vas sola, o a la conversación si vas acompañada, y desde el que se ven las más hermosas puestas de sol. No hay cines, ni teatros. Pero de noche, mirar al cielo y contemplar las estrellas, tan nítidas y luminosas, sobre la inmensidad del desierto, constituye el espectáculo más maravilloso.

Resulta que, al final, no necesitaba tanto aquel glamouroso abrigo, ese bolso tan original o aquellas botas estupendas y nada baratas que un día adquirí con el orgullo de haber realizado la mejor compra de mi vida. Viajé hasta Atacama con lo que cabía en una maleta. Reconozco que para mí fue complicado. ¡Dejaba atrás tantas cosas imprescindibles! Pensé que no tendría ni para empezar. En casa se quedaron armarios atestados de ropa, zapatos y complementos. Pues me ha sobrado la mitad. Para los largos paseos, nada mejor que un cómodo chándal. Para las calles sin asfaltar, calzado resistente y deportivo. Y para empaparme de este aire tan puro, la cara lavada y una buena capa de hidratante con filtro solar. Cero maquillaje. ¡Y cómo lo agradece la piel! Y por cierto, mi marido me ve igual de guapa. O al menos eso dice.


En esta región, una de las menos desarrolladas de Chile, las personas necesitan muy poco para ser felices. Y las relaciones personales son más puras, más directas, más sinceras. Esa es mi impresión. Se dedican más tiempo los unos a los otros. Y comparten. Lo mucho y lo poco, lo comparten todo. Y ello supone una gran enseñanza para los que creemos que dominamos las relaciones sociales mejor que nadie. Una cura de humildad, proveniente de grandes maestros que no saben que lo son. Aunque esto ya será materia del siguiente artículo.



"A ningún lugar más tranquilo y pacífico se retira un hombre que hacia su propia alma, sobre todo aquel que tiene dentro recursos tales que, si los examina, al momento se encuentra en total bienestar." (Marco Aurelio)

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Desmontando tópicos

Cuando el destino de tu nueva vida es un lugar conocido, bien sea por su importancia financiera o política, por su atractivo turístico o, simplemente, por su cercanía a España, puedes visualizar sin mucho margen de error el marco donde se desarrollará tu nueva experiencia. En mi caso, sobre el lejano e inhóspito Desierto de Atacama, sabía poco más que situarlo en el mapa. Sí tenía, sin embargo, referencias de la capital chilena, Santiago, una gran urbe cosmopolita equiparable a cualquier capital europea en modernidad y desarrollo.

Pero Atacama es otro mundo. Supongo que, ante la falta de información veraz, la imaginación se pone a trabajar para rellenar ese vacío en el conocimiento. Y los tópicos son muy recurrentes en estos casos. He de decir que mi concepto de "desierto" ha cambiado bastante desde que llegué aquí. Me explico:

El desierto no es sólo arena y aridez (que también). Hay vida. Y en el caso de Bahía Inglesa, donde vivimos, ¡playa! Como conté en el artículo anterior, nuestra casita está ubicada entre la playa y el desierto.


Una maravillosa playa de aguas cristalinas... y heladas. Segundo mito que se desmorona: las playas paradisíacas no siempre son las mejores para el baño. Para alguien que ha crecido junto al Mediterráneo, como la que escribe, el intentar sumergirse en el Pacífico sin congelarse en el intento es misión del todo imposible. Así que me conformo con recostarme sobre la arena blanca mientras observo, frustrada, cómo la población autóctona chapotea sin reparos en las gélidas aguas oceánicas como si del Caribe se tratara.

Desierto, sinónimo de sol intenso y calor insoportable. O al menos eso creía yo. Normalmente amanece nublado, y el sol se hace esperar hasta el mediodía. Eso sí, cuando asoma es necesario protegerse con filtro solar, sombrero y gafas, pues la radiación es altísima. Por otra parte, los vaporosos vestiditos de tirantes que traje de España para las noches estivales permanecen impolutos en el fondo de la maleta. Al ponerse el sol refresca bastante y las cazadoras y chaquetas de punto hacen su aparición. Y en las noches veraniegas, hay que dormir con edredón y la ventana cerrada, algo impensable en la región española de la que procedemos.

Al contrario de lo que imaginé, aquí también hay flores. E incluso lluvia. Dicen que en esta zona llueve una vez cada diez años. Si es así, he tenido la suerte de presenciar tan extraordinario espectáculo al menos en un par de ocasiones. Eso sí, mi paraguas, que previsoramente incluí en el equipaje antes de abandonar España, fue el único que se paseó por Caldera durante esos días, ante la mirada atónita del vecindario, poco acostumbrado a visualizar semejante accesorio.

Cuando llueve algo más de lo que lo ha hecho este año, florece el desierto. Es el "Desierto Florido" un fenómeno de singular belleza único en el mundo. Ojalá tengamos la oportunidad de contemplarlo en vivo antes de abandonar estas tierras. 



"No pidas que las cosas lleguen como tú las deseas, sino deséalas tal como lleguen, y prosperarás siempre." (Epícteto)

jueves, 7 de noviembre de 2013

Comienza la aventura...

Este blog tendría que haber echado a andar hace algún tiempo. El mismo que hace que comenzó mi andadura chilena. Pero nace hoy. Por fin. Estos meses me han servido para observar, conocer e intentar integrarme en esta cultura tan similar a la nuestra, y tan distinta a la vez. También para acumular unas pocas vivencias que iré desarrollando en los próximos artículos.

De mi afición por la escritura, mezclada con lo mucho que, creo, tengo para contar, nace este modesto proyecto. Ojalá sea del interés de aquellos que, de repente, se ven inmersos en otra cultura, en otro país que no es el suyo (desgraciadamente para España, esta situación es cada vez más habitual).

La vida me trajo a este rinconcito escondido en el norte de Chile. No sé muy bien por qué, ni por cuanto tiempo. Lo que sí tengo claro es que mi estancia aquí ha de ser productiva. Una experiencia que hay que aprovechar. Y cuando la nostalgia me invade, poner los cinco sentidos en sacarle todo el jugo a la situación, que lo tiene y mucho. Aquí estoy aprendiendo grandes lecciones provenientes de los maestros más sencillos, ésos que a veces son los que más tienen que enseñar, aunque ni ellos ni nosotros nos hayamos dado cuenta.

Un poco de historia hasta llegar donde estoy. Una ajetreada pero cómoda vida en Murcia, que transcurre entre clases en la universidad, cursos de idiomas y un adorado trabajo de muchos años en el para mí apasionante sector del Turismo. Los días de descanso, repartidos entre familia y amigos. De repente, una oportunidad laboral para mi futuro marido en el Desierto de Atacama, a 12.000 kms de casa. Tras duros meses de separación (él tuvo que marcharse de inmediato), la boda. Una excedencia por mi parte y, próxima parada, Chile. En la otra punta del mundo. Disfrutando de lo que podría considerarse "un año sabático". Sin billete de vuelta a corto plazo. Extrañando todo lo mío, y a la vez abriendo los ojos como platos ante esta oportunidad que la vida (o Dios, como creo yo) me ofrece.

Chile es un país de grandes contrastes: lluvioso y verde en el sur; seco y árido en el norte. Con la impresionante cordillera de Los Andes siempre como testigo. Dicen de Atacama que es el desierto más seco del mundo. Paradójicamente, nuestra casa está frente a una playa paradisíaca de arena blanca y aguas turquesas. Y, a nuestra espalda, el vasto desierto. Jamás pensé que desierto y playa pudieran encontrarse a tan pocos metros uno de otro.

 Bahía Inglesa es un pequeño núcleo de cabañas, la mayoría de madera, en torno a la playa. El pueblo más cercano, Caldera, se encuentra a 5 kms. Se vive bien aquí, aunque no es fácil para una española adaptarse a este nivel de desarrollo, mucho menor que el de nuestro país. Es como viajar en el tiempo 40 años atrás. Los mismos años que quizás habría que retroceder en España para redescubrir el gusto por las                                                                                        pequeñas cosas, por lo sencillo. 


Olvidarnos de las prisas y el estrés. Mirar a los ojos a cuantas personas se cruzan con nosotros en el día a día y tener para todas ellas una sonrisa amable acompañada de unas cuantas palabras cordiales. Ese estilo de vida olvidado en nuestra sociedad es el que he encontrado aquí. Sin duda será la compañía perfecta a lo largo de esta aventura que me permito iniciar en forma de blog.

P.D. Gracias, Cynthia, por ayudarme a arrancar. Sé que has pensado un poquito en mí a la hora de abrir en tu blog un apartado de colaboraciones y, por tanto, qué mejor sitio para estrenarme con mis artículos. Y gracias, Julio, porque me has estado animando con este proyecto desde el primer día que iniciamos nuestra andadura juntos aquí en Atacama.