No
deja a nadie indiferente. Consigue, durante sus homilías, que muchos
nos revolvamos incómodos en nuestros asientos, y es que con sus
palabras pretende hacernos reaccionar y que salgamos de esa zona de
confort donde a menudo nos instalamos los católicos.
Le
llaman el "cura obrero".
El
padre Juan, o el "curita" como a él le gusta que le digan,
es una de esas personas que me han marcado desde que estoy aquí. El
párroco de Caldera es uno de esos grandes maestros a los que ya me he referido, sin
dar nombres, en anteriores artículos. Un sabio oculto en un hombre
tremendamente sencillo y auténtico, que predica y practica, al
estilo de Jesús, el amor a los pobres y la pobreza misma.
Muchas
han sido las veces que mi marido y yo hemos sido invitados a la casa
parroquial, para, con cualquier pretexto, festejar y compartir, dos
de los verbos más utilizados por el curita. Es la casa del cura una
vivienda sin comodidades, humilde y austera, pero ¡tan acogedora! El padre Juan acostumbra a decir en tono jocoso que todo
el mundo es bien recibido allí, pero que hay que llamar a la puerta
"con las rodillas puesto que las manos han de ir llenas"
(gusta de hacer chistes de este tipo, que en la práctica se alejan
totalmente de la realidad, pues nunca conocí a nadie más
despreocupado por las cosas materiales).
Compartiendo una cena en la casa parroquial, con amigos de diferentes nacionalidades. El padre Juan está sentado, con camiseta blanca. |
Con
nosotros ha hecho una labor preciosa de "acogida al extranjero"
que siempre le agradeceremos. Al poco tiempo de llegar, durante la
celebración de una misa y ante nuestro asombro, nos pidió que
subiéramos al altar: "Un aplauso para nuestros hermanos
españoles Pilar y Julio, recién llegados a estas tierras, para que
nuestra calurosa acogida compense los momentos difíciles que están viviendo por encontrarse tan lejos de sus familias. Demostrémosles cuán hospitalarios somos los chilenos." A partir de ese momento, besos, abrazos,
apretones de manos, "enhorabuena", "bienvenidos"...
Y las amistades que empezaron a forjarse ese día perduran hoy y se
han fortalecido con el paso de los meses.
En la capilla de Bahía Inglesa, merendando con los amigos de la comunidad tras la celebración de una misa. |
Siempre
dice lo que piensa. Otro de sus benditos defectos. Cuentan que hace
un tiempo, una señora de buena posición fue a encargarle una misa
por un familiar difunto. Observó el padre Juan que el donativo que
ésta le entregó para tal fin era bastante escaso considerando sus
posibilidades, por lo que le replicó sin ruborizarse: "Poco
debías de quererlo." (Esta anécdota me pareció muy divertida. Espero que el protagonista de esta entrada no se ofenda al ver que la he compartido con los lectores).
Me
permito citar algunas de sus reflexiones, que se han grabado en mi
memoria por su simpleza y contundencia:
A
veces los cristianos nos empeñamos en vivir de una manera plana.
Pero la vida no es plana.
Pobres
de vosotros, esposos, si mutuamente os decís: "Te quiero como el
primer día". ¿Igual que el primer día? El verdadero amor crece con
el paso del tiempo, por lo que tenéis que decir: "Te quiero
mucho más que el primer día".
Al
inicio de esta aventura, todavía algo desorientada, constantemente
le preguntaba a Dios por qué y para qué nos había mandado a este
lugar tan lejos de casa. Con el correr de los días y de las
experiencias, Dios me va dando las respuestas. Definitivamente, una
de las razones por las que teníamos que venir al Desierto de Atacama
era para conocer a este hombre. Un maestro y un amigo que siempre
llevaremos en nuestros corazones.
"¿Qué más quieres cuando te portas bien con una persona? ¿No te basta con haber actuado según tu propia naturaleza, sino que persigues una recompensa? Es como si el ojo reclamara una compensación por ver o los pies por caminar." (Marco Aurelio)